Cómo unos correos matutinos, la IA sin descanso y medio mundo en guerra nos obligaron a reescribir el manual (y a nosotros mismos) desde cero.
“Amigo, relájate: las vacaciones sirven para desconectar.” Mentira. El ego vuela, el tiempo se esfuma y tu inbox se convierte en una picadora de carne. Fue un martes cualquiera de enero de 2025. El sol asomaba por la ventana de mi estudio –un poco más descascarado tras dos semanas de playa– y mi mente navegaba en modo “recuerdos de mojito”. Hasta que el puñetazo: dos mensajes de clientes que, hasta la noche anterior, juré que nos darían de comer hasta el fin de los tiempos. “No requeriremos más sus servicios”. Cinco mil dólares evaporados en un par de clics. Y yo, mareado, mirando la pantalla como si fuera un holograma diabólico.

Mis socios preguntaban si estaba bien –apuesto a que querían preguntarse si nosotros lo estábamos–. Pero no había consoladores que sirvieran. O perdíamos la cordura o entendíamos que algo habíamos hecho tan mal como para que dos empresas, importantes de verdad, decidieran prescindir de nosotros. Y el revés no es tanto el dinero –dolía, claro– sino la opinión que te hace pedazos el orgullo: “¿En qué fallamos? ¿Somos prescindibles?”
Spoiler: fallamos en todo. Nos dormimos en una hamaca emocional, creyendo que la lealtad del cliente era inquebrantable, como un pacto tribal. Conseguimos que el mundo entero volteara a mirar nuestras campañas… aquel 2024. Pero mientras festejábamos, la IA no se echaba siesta. Ahí estaba, engullendo datos, aprendiendo cada trending topic, cada meme. Y nosotros, con el sol en la espalda, sin percatarnos de que la competencia era un código que corría sin pausas.
Entonces llegamos al “pináculo de la epifanía”: “Tocad reiniciar”. Literal. Desde cero. Reestructuramos paquetes hasta que tembló el Excel, redefinimos conceptos de marca como si fueran primeros bocetos de un arquitecto borracho de café, y reinventamos nuestro mindset para no quedarnos en el menú de la fast food creativa.
¿Resultado? Un caos hermoso.
No ha sido fácil. Cada día es una pelea contra la memoria: “¿Qué reglas creíamos inquebrantables?” “¿Por qué cobrábamos tanto por algo que otros hacen gratis con un prompt?” Nos sentimos como esos alquimistas medievales, mezclando medir, ajustar y volver a probar. Pero, vaya, qué adrenalina. Ver cómo una idea cruda se pule en laboratorio y sale chispeando en redes.
Mientras tanto, fuera del cristal, el mundo conspira. Guerras, sanciones, regímenes que juegan ajedrez con la economía. Al otro lado del charco, los políticos discuten de quien sabe qué, y cada titubeo se refleja en la bolsa de valores y en el humor del público. Nosotros, los marketeros sintéticos, con la responsabilidad –o la culpa– de “arreglarlo” con un vídeo viral o un claim memorable.
“Crisis de la IA”, titulan algunos agoreros. Yo diría que es la gran invitación al cambio. Como cuando en el 2000 los cristianos veían al diablo en cada cable de módem, en cada pixel de Netscape. “¡El internet es satánico!” y de pronto las empresas se subían a cualquier tren tecnológico porque, oh sorpresa, el diablo vendía ROI. Hoy la IA es el nuevo demonio o el nuevo mesías, según quién escriba el titular.
¿La gran enseñanza de aquel enero infernal? Que en marketing –y en la vida– no hay permanencia. Solo flujo. Y si no te adaptas, la corriente te traga. En SPACE entendimos que montar una estrategia sin contemplar algoritmos aprendices de brujo es suicidio creativo. Que el cliente deja de serleal cuando encuentra a otro que promete transformaciones más veloces que tu actualización de Photoshop.
Así que nos subimos al patín de la innovación y nos lanzamos a surfear esa ola que llaman “futuro”. Con un pie en la intuición humana y el otro en la lógica algorítmica. Con la crudeza de quien sabe que puede fracasar y, sin embargo, lo intenta con furia. Porque el marketing sin riesgo es un funeral anticipado.
Y aquí estamos, aún reestructurando, aún temblando con cada ping de notificación, pero más vivos que nunca. Sostengo mi taza de café con la misma mano que teclea un prompt en ChatGPT. No tengo respuestas definitivas, ni fórmulas mágicas. Lo que tengo son preguntas explosivas:
- ¿Qué pasará cuando la IA cree campañas enteras sin intervención humana?
- ¿Cómo vamos a cuestionar su ética, su sesgo, su maldita inmediatez?
- ¿Qué valor real aporta una agencia si un algoritmo puede optimizar mejor que el mejor director creativo?
Si estás cómodo, no estás entendiendo. Si crees que el mañana será un replay de ayer con más emojis, te espera un baldazo de agua fría. Porque el marketing actual exige incomodidad: incomodar al cliente, incomodarte a ti mismo. Recomponer tu ADN profesional.
Quizá no te falta imaginación, te sobra miedo a la obsolescencia. Quizá crees que el branding es solo logo y claim… error. El branding de 2025 es un ente vivo, nutrido de datos y latido humano. Un equilibrio tan delicado como caminar a ciegas sobre un cable de alta tensión.
Y si al final del día no despedimos a nadie –ni a la IA–, más nos vale despedirnos de la zona de confort. Porque el verdadero fallo no es perder un cliente; el verdadero triunfo es no volver a cometer el mismo pecado de arrogancia.
En SPACE no vinimos a caer bien. Vinimos a dejar ideas instaladas en tu cabeza, como un loop que te genere insomnio creativo. Nos montamos en un patín, te mostramos el precipicio digital y te decimos: “Salta”. Y si caes, ya aprenderás a volar.
Esto no es un artículo de marketing. Es un desafío. Y si al terminar de leerlo estás cómodo… vuelve a leerlo.